domingo, 15 de abril de 2012

Crónica de unas horas fotografiadas


Rúcula comprada en el mercadillo ecológico

Compañeros de Canal Sur grabando al médico ecologista
                      
Era sábado por la mañana, 14 de abril de 2012, cuando tenía programado ir al Edificio Cajasol Centro Cultural en la calle Laraña 4,  para fotografiar muebles que pondrían a la venta del Hotel Alfonso XIII. Dejé el coche aparcado cerca de la Facultad de Deontología, el vovi que nos ayudó a buscar sitio rellenaba una quiniela, le deseé suerte. Él sonrió, y a continuación intentó abrir las puertas de mi coche, para verificar que lo cerré bien, agradecí el gesto. Mi esposo lo desaprobó, me dijo alto y claro: "Este no me gusta" a lo que yo reí, ya empezaba con sus frases pesimistas.
Cruzando por Alameda de Hércules, aproveché y compré algunas verduras en el mercadillo ecológico como rúcula, ajos y pimientos  y queso blanco en aceite con pétalos de rosa. Comimos varios pasteles y observé que compañeros de Canal Sur grababan a un señor que vendía algo en un puesto, sí, era médico, ecologista y bastante atractivo.






Salimos satisfechos, pues habíamos comprado varios pasteles ecológicos y los comimos observando el mercadillo y su gente. Empezó a chispear, así que decidimos aligerar el paso y dirigirnos hacia la calle Laraña, atajamos por la calle Amor de Dios.
Llegando al edificio, fotografié la fachada y al entrar me llamó la atención la gigantesca figura de El Giraldillo. Cervantes definió El Giraldillo como “Aquella giganta de Sevilla, tan valiente y fuerte como hecha de bronce”. El Giraldillo es la escultura en bronce más importante del renacimiento y representa una mujer con túnica, una palma en una mano y un escudo guerrero en otra, posiblemente inspirada en Palas. La estatua  mide más de 3,5 metros y pesa 128 kilos, hace las veces de veleta y representa la fé, el triunfo del cristianismo sobre el mundo musulmán. Esta copia era más alta, imponía a la entrada.


Edificio Cajasol en Sevilla
El Giraldillo ante mi mirada, me saludaba a la entrada



















Fotografié algunos muebles del Hotel Alfonso XIII. Se podían adquirir desde quince euros (papelera con anagrama del hotel) hasta lámparas por treinta euros, o lo más caro que eran sofás de tres plazas al destilo alfonsino. Olían a usado, a viejo, algunos estaban casi sucios de tanto uso, para la clientela que se hospedó durante la estancia allí, se podían imaginar algunas historias sobre ellos. Pero lo mejor estaba por llegar, quise fotografiar las famosas setas en la Plaza de la Encarnación, y allí estaban para mi. Empezó a llover, pero no me rendí, fui a verlas. Descubrí a una pareja de recién casados, se fotografiaban, ajenos a mi cámara, aunque me acerqué bastante, también inmortalicé el momento.

Plaza de la Encarnación en Sevilla

Subiendo por las escaleras veo a la pareja
Matrimonio reciente inmortalizado para siempre. Feliz día



















Ya volvíamos para la Avenida Torneo, a buscar el coche en el aparcamiento. Cruzamos de nuevo por el mercadillo, pero antes, mi esposo me alertó de que un famoso estaba desayunando en un bar de la Alameda, miré, no podía creerlo, era el actor Mariano Peña al que todos conocemos por ser el que da vida a Mauricio Colmenero de Aída. Me acerqué y le pedí hacernos un foto, no lo dudó, se levantó con cuidado, me dijo que se acababa de operar de la cadera, me dió dos besos y me rodeó por la cintura, cerca, muy cerca. Olía muy bien y estaba tan excelentemente afeitado que su cutis era suave como el  de una mujer. Agradecí la fotografía, desayunaba con dos amigos y yo los había interrumpido. Que te recuperes pronto le dije, sonreía y me despedía con la mano.

Mariano Peña y yo en la terraza de un bar en la  Plaza de la Alameda
Yo íba entusiasmada caminando, revisaba las fotografías tomadas, me encantaban,  pero tenía reseca la garganta, le pedí a mi esposo que nos tomásemos algo en una taberna de Torneo, él, también cansado y seco, accedió. Al entrar, mientras él pedía unas tapas y unas cervezas, yo limpiaba una mesa pequeña, tenía platos vacíos y vasos con poco líquido, alguien también entró con la garganta seca, como nosotros, y de pronto, escucho una voz femenina a mi espalda que me dice: "¡Hola! ¿Qué haces aquí?". Me giro, la miro y la reconozco, era Rocío Colorado, compañera de trabajo, estaba con unas amigas, sus ojos brillaban alegres, le presenté a mi esposo, no lo conocía. Ella nos alertó de que había una pareja maleducada, morreándose allí delante, con todo el barullo. Y lo que sucedió, para el local se queda.



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