domingo, 23 de septiembre de 2012

Relato: Antisoledad


Ella camina todas las mañanas al terminar el desayuno, café con magdalenas. Visita la tienda de la esquina, hoy necesita poco pan, nadie vendrá a visitarla. 
Artrosis, osteoporosis, arritmia, hipertensa y diabética. Estas eran algunas de sus enfermedades, antes no padecía ninguna, ahora se medica para todas, desde entonces, el estómago y el sueño están resentidos. 
No es joven, ni mayor. Con el vestido azul marino y los zapatos negros, estaba hermosa, linda, era bien parecida y resuelta, no necesitaba ningún adorno para distraer a cualquier par de ojos de una incorrección física.
Aquel día, ella cambió, algo le sucedió. Sus ojos brillaban. Sus labios sonreían. Su espalda estaba erguida. 
Había una maceta en la ventana de casa, era verde, llamaba a la esperanza, a la alegría, a la oportunidad. 
Una amiga la llamó por teléfono, hacía meses que no se veían. Estaba contenta, animada, sobresaltada. La amiga no entendía el cambio, y ella le explicó.
He conocido a un hombre, viudo, como yo. He veraneado con él durante unos meses. Hemos reído y llorado juntos, paseado, discutido y perdonado. Creo que lo amo. 
La amiga se exaltó, no podía darlo todo por unos meses. Trató de advertirla, de asustarla, de desanimarla. 
Era tarde. Ya no estaba sola. 
Desapareció el dolor de artrosis, la molestia de la osteoporosis, la arritmia, la tensión alta y la diabetes. El médico no daba crédito a aquella analítica de ella, todo se había normalizado. Y le preguntó: ¿Qué tomó?
Pastillas antisoledad, nada más, en grandes dosis, sin llegar a la intoxicación ni al exceso. 






FIN

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