domingo, 24 de noviembre de 2013

Adolescente de parto


Fotografía de Internet


ADOLESCENTE PARTURIENTA


Dolor, mucho dolor en la barriga, o debajo de ella, no localiza exactamente dónde, ¿Qué era lo que le pasaba? No termina de encajarlo. Pregunta a la enfermera, le contesta que está dilatando, pero debe esperar a tener diez centímetros, solo tiene ocho. No entiende nada ¿Diez centímetros para qué?

Isabel, la abuela precoz sin elección, espera en el pasillo, está muy nerviosa. Su hija de dieciséis años está de parto, teme por ella, teme por el bebé, y para colmo no está casada. La familia debe estar hablando de lo lindo, su cuñada le diría un “te lo dije” muy despectivo; y no sabía si podría soportarlo. Su pensamiento vuelve a la preocupación inicial, la niña, va a parir ¿Irá todo bien? Quiere verla. No le dejan.

Los datos del Instituto Nacional de estadística revelan que entre los años 2000 y 2008, un total de 1.290 niñas adolescentes fueron madres. La cifra se multiplica cuando se trata de niñas de 15 y 16 años, 4.119 niñas de esta edad fueron madres en España. El parto natural, sin medicación para el dolor, permite controlar el cuerpo lo máximo posible. Tener las mínimas intervenciones, aceptando el malestar como parte integral de la experiencia de dar a luz, es aminorar los efectos dañinos para la madre y para el bebé.

Entra en paritorio, sigue sola, no ve a ningún familiar desde hace horas. La sangre le gotea entre las piernas, se asusta, pero la enfermera entiende su asombro, le aconseja tumbarse en el potro, todo va normal, le van a rasurar. La matrona está conversando con tres chicas de prácticas, el celador entra y sale a su antojo, la auxiliar comienza el rasurado, otra enfermera entra para ayudar. Ella no siente miedo, solo dolor en la barriga, o debajo de ella, está incómoda subida en el potro,  las piernas muy abiertas ¿Por qué tiene que haber tanta gente aquí dentro? Ahora oye la conversación de la matrona, habla de ella, sí, comenta que es muy joven, que seguro que su madre está muy disgustada, que no utilizó preservativos, que qué hará con el bebé… ¿Será la primera vez que asiste a una adolescente en paritorio? No quiere, le duele, tiene que empujar con fuerzas y terminará todo, por favor que termine todo.

Isabel pregunta al celador, quiere ver a su hija. Éste le contesta que no puede, pero tiene buenas noticias, todo va perfecto y muy rápido, y no es lo normal siendo tan joven y primeriza, parece parturienta experta. Enseguida salen. Antonio, el abuelo, ha llegado, abraza a Isabel, siente ansiedad, nervios y hastío. Serán abuelos cuarentones, toda una inexperiencia en esto de tener yerno, nieto e hija madre soltera. No puede ser tan malo, un bebé siempre da alegría, y dicen que traen un pan debajo del brazo.

Todo terminó, sin problemas. Rápida, eficaz y disciplinada. La matrona felicita a Isabel, su hija se ha portado de forma destacada, como una madre experta. La camilla sale de paritorio, ella está cansada, quiere dormir, le duele todo el cuerpo. El bebé le acompaña, está debajo de su brazo izquierdo, se chupa el dedo pulgar. Se acerca la abuela, el abuelo y el padre prematuro. Admiran a la parturienta, se asombran de su retoño, es el bebé más bonito del mundo. Los tres besan a hija y nieta, o madre y futura esposa. Se las llevan, tienen que permanecer unas horas en la sala de recuperación.

Todo comenzó, la vida nació, y con ella, frustraciones y derrotas, alegrías y madurez, consuelo y añoranza, ira y celos, mimos y lloros. Quiere dormir, necesita recuperarse, cuando despierte estará mejor, preparada para afrontar las estadísticas españolas y sus consecuencias. 




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